Un poema de Ingrid Odgers

viernes, diciembre 23, 2011

Críticas a obra narrativa

Comentario en Revista de Literatura Latinoamericana
Magister en Literatura latinoamericana y chilena
Universidad de Santiago de Chile

Ingrid Odgers Toloza:
“Más silenciosa que mi sombra” una aproximación íntima al rudo mundo femenino en el Chile de hoy

Existen múltiples razones para valorar positivamente el último trabajo de la escritora Ingrid Odgers Toloza. Empero, la primera de todas ellas, es su prístina sensibilidad. Su manejo de la simpleza poética. Su voz inconfundible de hacedora de historias.

Desde esa perspectiva, Más silenciosa que mi sombra nos narra un reluciente meridiano femenino que nos convoca, con delicadeza y sobriedad, a internarnos en ese espasmo que sufren miles de mujeres en nuestro país, pero que podría ocurrir en cualquier parte del planeta, y que tiene que ver con ese espacio constante y oscuro de las relaciones matrimoniales fracasadas. Mas, sería un error creer que IOT se limita a sólo contarnos “otra” historia de mujeres. Nada de eso. Ella hurga en sus personajes, empezando por Verónica, la protagonista, para ir armando un sutil rompecabezas que desde el principio, pareciera que le faltara una pieza, pues intuimos como lectores que hay un dolor subyacente que ronda la historia, y éste, desde el principio de la misma, nos invade con su olor a tristeza y frustración.

Para nadie es un secreto que “los diarios” son una expresión que desde el inconsciente construye y desconstruye el autor para poder asir aquella historia que no puede contar desde otro lugar. Cada párrafo de Más silenciosa que mi sombra habla por “mí”, podría ser el anatema; y es tal vez por ello que, simultáneamente, cada página del mismo es un gran suspiro por liberar alguna carga, a veces, demasiado pesada y que nos resulta imperiosa exteriorizar. De alguna manera esto, y así lo vemos en este texto que le da sentido literario al relato en primera persona, transmitiéndonos  con ello una desgarradora belleza asentada en la soledad intransferible de Verónica: la de sus referencias personales sobre un matrimonio que, a fin de cuentas y por alegoría, son todos los matrimonios que por una razón u otra bordean el abismo al poco tiempo de la convivencia marital. Dicho de otra manera, a fin de cuenta, la historia de la que vamos siendo testigos privilegiados no es más que el espejo (siempre el espejo ¡claro!) que suma todas las partes con que los seres humanos pintarrajeamos esas realidades que nos sofocan y abruman más allá de lo soportable. Y la escritora aquí no escapa a esta especie de alegoría sinuosa y difícil, y es desde allí, desde la perenne sinuosidad de las cosas vividas por cada uno de sus personajes, que la autora nos hace partícipes de la historia contada.

Ingrid Odgers Toloza nos reseña que su relato lo maneja de principio a fin. Que sus personajes tienen, en el fondo eso que D´Halmar llamaba “la profundidad imaginaria de los espejos” pues cada uno de ellos nos devuelve una parte de nosotros. Su transparencia nos provoca transparencia, y desde allí nos vemos unos a otros reconociéndonos en nuestras pequeñeces y grandezas, porque a fin de cuenta, como nos lo dice la autora por intermedio de su personaje principal y refiriéndose a las complejas relaciones maritales que terminan en fracaso: “todos cometemos errores, no vale la pena culparse”

Ingrid aprisiona en sus textos una convocatoria lúcida y fresca a que nos miremos sin excusas en función de “ver” cuánto de posible atesoramos entre nuestros sueños limpios del amor primero y el natural y umbroso desgaste que el tiempo imperdonable termina infringiéndonos con los años a cuestas. Allí el lector se mimetiza con la historia y es inevitable el que nos cuestionemos nuestras propias relaciones personales, todas ellas erigidas  desde la incertidumbre y la esperanza. Las andanzas de los personajes de Ingrid nos interpelan sin piedad, pero cada uno de ellos posee una indefinible ternura que también nos invita al perdón. La autora sabe de nuestras fragilidades y no escatima esfuerzo para atraernos como sus cómplices. El relato, que no tiene nada de femenino en el sentido manido del término, juega con esa sencilla belleza de las cosas dichas de manera directa y sin prejuicio. Es por eso que somos testigos, a través de Verónica, de los pensamientos, creencias y definiciones de cada uno de los personajes, quienes dentro de su naturalidad, nos muestran sus luces y sombras casi a destajo.

A nuestro juicio, la escritora no intenta la belleza estereotipada de algunos dramas de folletín (y lo digo sin la menor intención peyorativa. Por el contrario), pero cabe  en algunos pasajes del relato, un inexorable aroma a telenovela en todo lo que ellas tienen de rescatable en cuanto representan un ser y una forma de sentir el amor y el desamor de  las mujeres latinoamericanas que no deja de ser curioso, por decir lo menos; donde una extraña mezcla de sentimientos encontrados e ineludibles, las caracteriza, haciéndolas únicas, hermosas y valientes como pocas. Y he aquí donde reside la mayor valía del relato de IOT, pues ella, sorteando con indudable maestría la tentación diletante en que pudo haber caído, opta por dejar que sean sus personajes los que hablen por ella. Permite que sean las propias vidas de los protagonistas las que nos indiquen el camino, y es a partir de esa propuesta que nos adentramos en el alma de unos y otros por intermedio de la voz de Verónica, el eje de toda la historia, sí, pero también la pintora de este sencillo y fresco collage de pasiones tan reconocidas, como ciertas.

“Todo lenguaje procede, pues, del trato reflexivo con la realidad…” nos dice Carla Cordua, y me tiento a pensar que Ingrid Odgers Toloza nos ofrece, desde esa intencionalidad del hablante, desde ese sujeto de enunciación que ella representa,  una acuarela simbiótica y lúcida sobre una historia marcada por la resistencia de una mujer, que a su vez es todas las mujeres, pues Verónica exuda un “todas nosotras somos las mismas” que resulta altamente conmovedora en cada una de sus revelaciones y cuitas.

Pero esto no hubiese sido posible sin la ofrenda del lenguaje coloquial chileno que nos regala la autora; donde una prosa sencilla y bella le hace el juego al melodrama vital que nos refleja a unos y otros, sin pudor, el texto de Ingrid, pues no es fácil ser mujer en Chile (o en cualquier otro lado de nuestro pobre continente rico). Al interior de esa humanidad múltiple y valiente de Verónica hay una mujer que se sobrepone a todo el peso de la  historia machista con que se abruma a las mujeres por estos lados y, a pesar de ello, levantan y construyen sin aspavientos, un mundo diverso, rico en matices y profundamente hacedor de caminos. Esta singularidad, entre dúctil y áspera es, tal vez el mejor logro de Más silenciosa que mi sombra, un relato que de suyo, nos instala en nuestro propio subconsciente, para desde ahí hacernos preguntas acuciosas e intrépidas, que nos sorprenden una y otra vez en las líneas que pasan raudas ante nuestra vista. Preguntas, a fin de cuentas, imposibles de obviar, como aquellas que nos instala en la parte fronteriza de las sombras que nos visten cuando intentamos el amor, y éste, luego de un tiempo, se desgasta y desaparece, irrumpiendo en nosotros una soledad abrumadora y estéril como ciertas realidades inamovibles que muestran algunos pasajes de la obra. Esa realidad que aparte de esquiva y pegajosa, nos viste incluso a expensas de nuestros mejores esfuerzos por domarla y ensillarla, con la clara intención de ser los conductores de estas vidas nuestras que hacemos, las más de las veces y casi siempre por presiones externas, sin darnos cuenta.

Ingrid Odgers Toloza lo sabe. Y es por ello que en más de una ocasión la autora se apiada de sus personajes, pero otra vez la realidad sobrepasa al texto y se nos instala en nuestras propias narices, cual desesperanza prevista a lo lejos. Es por eso que las palabras del poeta Juan Luís Martínez recobran vital actualidad con la lectura de este sobrio texto: “la realidad con todo su peso puede flagelarnos y matarnos” Y eso, lo intuimos cada uno de los afortunados lectores que exploramos con sana expectativa este recomendable libro de una mujer que sabe lo que quiere contarnos desde su primera página.

Juan Carlos Vegas: Es poeta y Profesor de Comunicación y Lenguaje. Ha publicado “Velas de Neón” (Poemario) (Ed. Ateneo de Los Teques – Venezuela). También publicó “Entrecuerpos” (Editorial  Alcaldía de Chacao – Caracas – Venezuela). Con “Polis de Humo”  ganó el Concurso Internacional Patagonia Poesía  -  Buenos Aires – Argentina), obteniendo una Mención de Honor.


Comentario Novela "De tu sangre cautiva"


De tu sangre cautiva cumple con su obsesión, su desangramiento nos mantiene cautivos hasta el final, porque sumerge al lector en ciertos procesos humanos complejos, difíciles de acompañar: la escritura donde la amistad se vincula al amor y a la crisis valórica del mundo actual. Isabel decide escribir una novela sobre la amistad que ella ha mantenido con Pedro toda la vida. Estos amigos han dejado de verse hace 30 años, y se reencuentran en un congreso de escritores. Sin embargo, Isabel es asaltada por una voz íntima que se pregunta, insistentemente, sobre el proceso escritural....Ingrid Odgers narra con poesía e inteligencia una historia antigua y apasionante: la intensa amistad de dos seres encadenados por las letras, asumiendo que sólo se tiene que ver lo suficiente para saber que se ha perdido y que eso es una enorme ganancia. La exquisita sensibilidad de esta excelente narradora latinoamericana se vuelve un bálsamo en los duros tiempos actuales, donde por lo menos nos queda llorar con lápiz y tinta.
 
Karina García Albadiz

Magíster Interdisciplinario en Estudios Humanísticos
Universidad ARCIS, Chile; sede Valparaíso
ayutun@gmail.com
Valparaíso,  17 de Octubre de 2008
CRÍTICA LITERARIA
‘DE TU SANGRE CAUTIVA’
De Ingrid Odgers

Por Federico Krampack


Al momento de comenzar a leer la novela ‘De tu sangre cautiva’ de Ingrid Odgers, hay dos citas en la antesala del relato que parecen abrir la puerta a un mundo ambiguo y sensible a chorros. Y que nos habla bastante a lo que vamos. Una es de la autora Marguerite Duras, creadora de la controversial novela erótica ‘El amante’, y la otra es de la música icono del movimiento de rock grunge, Kurt Cobain que dice: ‘El auténtico amigo es el que lo sabe todo sobre ti y sigue siendo tu amigo’.
Tal frase, sin desmerecer a la de Duras, quizás gatilla el tema esencial que atraviesa esta compleja y entusiasmada nueva obra de la penquista. ‘De tu sangre cautiva’ trata sobre la amistad, indudablemente, pero también habla del amor profundo que sentimos los seres humanos por aquellas personas que, sencillamente, nos producen fascinación, una fascinación tensa, rara, divertida, que limita el erotismo y el silencio, los secretos, las confidencias pero, por sobretodo, las cosas miserables y comunes de este milagro que es la vida.
 Como dato anecdótico, y sosteniendo la pasión de este humilde servidor por el rock alternativo, Kurt Cobain, en esencia, era un poeta maldito. Sus letras, rupturistas y gritonas, sacadas de las mismas entrañas, que evocaron a la legendaria banda Nirvana en plena década de los 90 y cuando recién irrumpía Internet, produjeron un gran eco en la sociedad estadounidense y mundial. En sus canciones hablaba y deliraba sobre la pérdida del amor, la pérdida de la libertad, la rabia existencial de la juventud (y de los adultos, claro), pero, por sobretodo, hablaba del complejo universo de los amigos y de la coexistencia en las tribus urbanas a través de sus miembros. Grunge, punk, alternativo, bello, decente, indecente, grosero, tímido, con una fatal inclinación por las drogas duras y el exceso en todo sentido, en Kurt Cobain todos y todas parecían encontrar alguien que ‘necesitaba’ un amigo, una persona que se abriera en pecho y hueso y lograra comprender su doloroso recorrido por la vida el que, trágicamente, terminó en suicidio.
En una de sus canciones más conocidas, ‘Lithium’ dice: ‘I’m so happy, cause today I found my friends. They’re in my head, I’m so ugly, but that’s ok’ (Estoy tan feliz, porque hoy me encontré con mis amigos. Están en mi cabeza, yo soy tan feo, pero no tiene importancia’). Podemos considerar esa frase como el resumen perfecto que se puede amoldar al personaje central de ‘De tu sangre cautiva’, Isabel, quien desde el principio del relato nos comienza a hablar de su amigo Pedro, con tanta efervescencia, tanto ímpetu y labia, que incluso podemos reconocer rasgos de su personalidad en cualquiera de nosotros: la cadena alimenticia de la amistad es tan grande y llena de aristas que desmenuzarla sería de un agotamiento insaciable.
De principios, podríamos decir que la historia parte como una historia de amor escondida deshilvanándose de a poco entremedio de los largos pasajes y monólogos de Isabel, pero el aspecto más profundo de Odgers resalta como nunca: la duda. Siempre la duda en cuestión, el preguntarse eterna e insistentemente el porqué, el cómo, el dónde, el cual, el dónde. Cuando las cosas, los signos, las metáforas y las acciones están liberadas de su idea, de su concepto, de su esencia, de su referencia, entran en una autoreproducción al infinito, como una gota de agua que sigue y sigue su camino sin ton ni son. Las cosas siguen funcionando, la vida sigue, cuando ya la idea central lleva mucho tiempo desaparecida, el propósito. Todo sigue funcionando con una especie de indiferencia total hacia su propio contenido, de hedonismo ante la fatalidad de la vida, de ‘ya no poder más’, como la canción de Camilo Sesto.
Y la paradoja consiste en que funcionan mucho mejor. La paradoja de Isabel es que, siendo escritora, no tiene mucho que contar sobre sí misma, como primera impresión, pero todo el relato se deja llevar por lo que ella siente, imagina, desea, teme, añora. Odgers relata con curiosidad, pero al mismo tiempo, con bastante humor las acciones y sentimientos de una mujer penquista que toca temas y datos a primera vista insignificantes, pero que son esenciales para entender el contexto y el mensaje detrás de ‘De tu sangre cautiva’. Si hubiera que disgregarlos, serían tres principales.
Primero, la geografía. Isabel vive en una ciudad llamada Concepción, una zona que se caracteriza a nivel nacional como una olla a presión de talentos innatos, de creación y de orgullos, que parece ser mucho más que eso, pero que también (y a mucha honra siendo penquista) es una ciudad sumamente difícil donde el quehacer artístico general es tremendamente arduo y poco valorado. La ironía y la acidez con que toca ciertos aspectos arribistas y hasta injustos de las actividades, sobretodo literarias, no es mucha ficción que digamos, y eso es un excelente ingrediente crítico a la obra de Odgers. ¿Autobiográfica? ¿Autocondescendiente? ¿Autonomía? Todo puede ser. Concepción es una ciudad efervescente en muchos sentidos, y es el detonante de muchas historias sureñas que cautivan, envuelven al lector en determinados paisajes y señales que sólo los entendidos pueden entender. Y eso es algo mágico para cualquier literatura. Y ‘De tu sangre cautiva’ tiene bastante magia en los subtextos y los personajes.
En segundo lugar, el trabajo. El hecho de que Isabel y Pedro, su amigo, su confidente, su hilo conductor, su ‘aire’, tengan la misma profesión en la vida, lleva a pensar que Odgers hace esto cada vez más íntimo. La constante referencia a películas, canciones, lugares (resulta curioso el ejemplo que pone la protagonista en cierto pasaje sobre Michael Douglas en la película de suspenso ‘Atracción fatal’, ya que hace una especie de paralelo entre los hombres ‘distintos’ o extraterrestres, los que le resultan interesantes por ABC motivos, aquellos que no resultan los típicos depredadores sexuales en busca de pasatiempos fáciles o conejos que se asustan con todo, algo que no es para nada una característica de su amigo Pedro), y así sucesivamente. Además, la misma labor de escritor o escritora no es ecuménicamente (se sabe) un sinónimo de éxito instantáneo o de ganancias enormes para pagar deudas y comprar bienes. Ser escritor es una maldición/bendición única, según la mente de nuestra protagonista, y es verosímil. La crítica constante (y además solapada con una crítica indiscutiblemente hacia la dominación masculina en el campo literario a nivel global) que ejerce Isabel a través de toda la narración resulta importante, ya que uno como lector también se autocritica. Si esta novela resulta imprescindible, si la autora resulta buena, si es mala, si debiera comprarlo usado o en una librería como debiera ser, si es maravillosa la novela, si es aburrida, si es tórrida, y un largo etcétera. Odgers a ratos nos tapa en monólogos, y se agradece. A ratos nos llena la boca con rabia existencial, y también se agradece. Ser escritor es una maravilla, pero ser cesante y además mujer en un país tan machista, casi decepcionante y autorreferente como Chile, resulta un poco más lúgubre. Pero entremedio de esa negrura, a través del buen humor, la picardía diaria, los cuchicheos y los amigos, el resultado puede variar de gris a blanco. Contra ese imperialismo masculino de rigor, contra esa amargura de su amigo Pedro disfrazada de buenas intenciones, contra el sistema tosco y festivo de idealizar e inmortalizar a escritores (más hombres, por supuesto), Odgers logra canalizar una serie de párrafos deslumbrantes que parecieran estar tallados en piedra.
El tercer aspecto que resulta importante de desglosar es quizás el más punzante y ambiguo de todos y que atraviesa toda la novela: la amistad. Isabel siente una veneración a rasgos erótica con su amigo Pedro, pero lo deja en claro desde el comienzo, es una veneración más intelectual que de carne. Pero una y otra vez se cuestiona la misma mentalidad y personalidad de su amigo, que es obviamente alguien más exitoso que ella y que la ha adelantando en muchos aspectos de su vida. Lo envidia, lo quiere, lo admira, lo regaña, lo invoca, lo recuerda, lo extraña. Si eso no es amor, podríamos decir que es una muy bella amistad.
Con ello, cabe preguntarse directamente al tuétano: ¿es la amistad sencillamente otra manifestación de amor, independiente del sexo? Con el manifiesto que ejerce Isabel sobre su amigo, podríamos resumir que sí. Si bien la novela empieza con aquellas dos frases de la escritora francesa y la otra del famoso músico de rock, el tema está planteado desde la apertura. Los amigos no son como las parejas de uno, puede sonar algo trillado, pero lo cierto es que los amigos son aquellas almas enredadas en nuestra psiquis que, tarde o temprano, se quedan con una buena porción de nuestras vidas. Uno no podría vivir sin amigos. No podríamos vivir la amargura diaria, más allá de nuestros amores pasionales, sin conversarla en algún minuto con un amigo.
Ingrid Odgers lleva a cabo una obra estupendamente narrada, nos perdemos en el olvido, en la ambigüedad de los sentimientos, de lo que hay detrás de cada mirada, puerta, sensación, encuentro, conversación, en las lagunas mentales de su protagonista Isabel, nos ponemos a pensar en ese amigo especial, nos ponemos a recordar cierta niñez, cierta relación sexual, cierta comida, cierto libro, cierta falta de dinero, cierta carencia, cierta rabieta cotidiana.
Ocurre como en la microfísica: es tan imposible calcular en términos fidedignos de bello o feo, de verdadero o falso, de bueno o malo, de amigo o amante, de seriedad o de humor. Se fracciona todo. Todo se relaciona. Se forma una mixtura de sentimientos complicada de describir, pero que la literatura se encarga, de alguna forma, de revelar.
Un regalo fantástico y que sirve de munición para muchos lectores que buscan algo más allá de las simples historias aristotélicamente determinadas como mapas conceptuales rígidos, que no se cambian ni cambiarán con nada. Si hubiese una receta especial para poder leer una novela como ésta, pudiese ser con estos ingredientes: un buen tramo de canciones de Paloma San Basilio y de Sandro, una cazuela hirviendo, una montaña de fotos viejas y esperando que un amigo te llame a la casa, sin perder la esperanza de que salgan a pasear o a beber un vino para hablar de la mundana e impredecible vida.
‘De tu sangre cautiva’ se la juega por llevarnos al pasado, de vuelta al presente, al posible futuro, al recuerdo, a la melancolía más dura, al cariño más omnipresente y rico posible. Un viaje sin retorno del cual, de seguro, no saldrá nadie indiferente. Con un gramo mínimo de pasión todo es posible.

















CRÍTICA
‘MÁS SILENCIOSA QUE MI SOMBRA’
De Ingrid Odgers
Por Federico Krampack
Al momento que uno comienza a leer la novela ‘Más silenciosa que mi sombra’ de la autora penquista Ingrid Odgers, de inmediato se le vienen muchas imágenes icónicas a la mente: Virginia Woolf, mujeres en problemas, en rígidas bitácoras de vida y acongojadas con el puterío de la realidad chilena diaria, Katharine Hepburn (la fierecilla indomable del cine anterior al Tecnicolor), Frida Kahlo, esa mujer de cómic (con pañoleta roja a la cabeza y el puño alzado) que aparece en las publicidades vintage de un feminismo en pañales que reza YOU CAN DO IT.
Si debiéramos resumir en una sola palabra esta pequeña obra maestra penquista, sería con un agudo, obtuso y chirriante ‘verídico’. Esto es verídico. ‘Más silenciosa que mi sombra’ tiene tantas dolorosas capas de verdad, que parece superar a la ficción. YOU CAN DO IT, Ingrid.
Una mujer furiosa y áspera con la vida nos habla desde la primera página con un ímpetu cotidiano, cercenador, monótono a ratos, con una respiración mecánica que resulta agotadora, pero con una gran luz interior. Del primer párrafo, ya empieza a hablar mal del marido, y a medida que uno avanza en el relato, las descripciones se hacen más explícitas.
Puede sonar un aspecto desconcertante, de carácter feminista, radical (que se puede aplicar también a la teoría de género o la literatura de Simone de Beauvoir), pero lo cierto es que ‘Más silenciosa que mi sombra’ es de todo, absolutamente de todo, además del tono feminista que impregna toda la novela, un feminismo natural que se encuentra en el chip mental de todas las mujeres, pero que muy pocas se atreven a ponerlo en la práctica e incluso manifestarlo, aunque sea en cosas pequeñas, en esos detalles inocuos del diario vivir que, vistos con lupa, están adornados con una buena dosis de anarquismo. Lo que tiene de sobra la novela es una buena dosis de bullicio, griterío interno, descorazonador, y de remezón social como para remover mil lectores de un viaje. No es literatura chilena a la antigua. No es narrativa lacónica y prácticamente romántica, sin ‘barniz’ de mujeres para mujeres, a lo Marcela Serrano o Isabel Allende. Es prácticamente dinamita pura, como bien podría decirse del arte de Frida Kahlo, citando a André Breton: ‘Una cinta alrededor de una bomba’.
Ingrid Odgers es un producto regional invaluable. No está en las grandes librerías del país como una best-seller ni mucho menos es alguien que sale en los avatares del Arte y Letras de El Mercurio, pero PODRÍA estarlo. La bomba aquí se llama ‘realidad’, dura y tóxica de una mujer chilena de edad media que naufraga en la rutina, el estado ruin del mundo laboral y la desesperación en el matrimonio típicamente aburrido y fastidiado, con un marido apagado, prehistórico que sólo busca sexo y comodidad social, y materialista, pero también una realidad tremendamente esperanzadora, a pesar de todo el tono gris, ruin, predecible a ratos y decadente que tiene (en apariencia) la novela.
Desarrollada en un ambiente chileno cotidiano en la ciudad de Concepción, y narrada en su totalidad en primera persona, ‘Más silenciosa que mi sombra’, de primeras, pareciera moverse con un tono oscuro, incluso hasta amargo, a través de los pensamientos, broncas y anhelos de Verónica, su trepidante y analítica protagonista, pero a medida que avanza el relato va tomando un tono menos lúgubre y más vívido.
Del blanco y negro paulatinamente va pasando al color, al fuego, al lenguaje soez, al lenguaje del cuerpo, al discurso del cuerpo, en un tono carnal y cotidiano, sin ser esteta ni mucho menos barroco, sino real, sin mayores adjetivos, sin mayores adornos ni trampas de narración, algo que se agradece pero que también se critica enormemente, puesto que carece de hipérboles o de metáforas que podrían haberse aprovechado más aún dado el carácter furibundo de la protagonista. La descripción a ratos parece simple, desganada, pero quizás ese mismo aspecto algo lánguido del estilo en que está narrada la historia, sea el espectro de la misma protagonista, un espectro fúnebre, demacrado y que va a tono con la historia que pasa por toda la oscuridad y rabia posible hasta encontrar pasajes de luz y de fe.
El modo en que se relata ‘Más silenciosa que mi sombra’ es de carácter puramente personal, a modo de diario de vida, sencillo, íntimo y desprovisto de elementos estéticos propios de la novela. Se evitan las descripciones explícitas, las analogías o componentes que parecieran ser muy decorativos y hasta prescindibles. Los días de la semana (tan debidamente marcados al inicio de cada capítulo) nos da la sensación de que nuestra protagonista vive cada día bajo un sistema totalitario y que las sorpresas no serán algo muy corriente dentro del relato, puesto que todo el tono es demacrado, tedioso, agotador, la protagonista se ve cansada siempre, y la rabia contenida se siente en todos los capítulos.
Si hay un aspecto que destacar notablemente del trabajo de Odgers, es su maravilloso y tallado nivel de sexualidad y de sufrimiento debidamente marcado y narrado, pulcro, fino y desprovisto de tabúes, que para muchos (como este servidor) les recordará dos célebres ejemplos desde ya por la temática y el telón de fondo: la ‘Madame Bovary’ de Flaubert y ‘La señora Dalloway’ de Virginia Woolf.
Aunque son referentes extremos de la literatura y que parecieran estar a años luz de la obra aquí expuesta, tanto por influencia como por estilo, lo cierto e indudable es que Odgers recoge elementos básicos de la literatura inglesa y francesa que de alguna manera logró encapsular la terrible realidad social que escondían las mujeres de la época (y en realidad, de todos los tiempos inherentemente); y principalmente de la obra de Woolf a través de la insistente, atrevida (y en ciertos pasajes, hasta molesta) narración de detalles y labores cotidianas. ‘A las nueve en punto llega el ogro, me mira, me pide un café, se mete a la ducha, se viste rápido, de un trago se toma un café y abre la puerta de calle al tiempo que dice ya…’
De por sí, la sola descripción de actividades y gestos en seguidilla, como un rito impuesto, despiertan en el lector una sensación de hastío tremendo, un sopor diario que se hace tedioso, una rutina que se hace cada vez más espantosa, algo que logra transmitir de manera excelente su autora. El tono decadente y de impotencia logra poner la piel de gallina y más aún sabiendo que la historia puede perfectamente adecuarse a la realidad chilena.
En lo personal, Odgers y su obra me recordaron mucho a la película ‘Las horas’ (efectivamente basada en una obra de Virginia Woolf) del director Stephen Daldry, donde el personaje de Julianne Moore (la que está ambientada en plena era de la post guerra en EE.UU.) pasa por similares estados que la protagonista de ‘Más silenciosa que mi sombra’. Su mundo es una burbuja donde el ser mujer y esposa no es más que una brutal sentencia de muerte (o de vida), su felicidad se ve truncada por la falta de apetito por el amor y la fe, no tiene deseos de seguir edificando esa ruin bitácora de levantarse y saludar al marido y prepararle dignamente el desayuno, atender a su hijo y además tener en cuenta que está embarazada nuevamente.
Ese mismo retrato de la protagonista de la película, está perfectamente amoldada al personaje de Verónica acá en la novela; es una mujer tremendamente acongojada, furiosa con el mundo y su papel, su sexo, el por qué le tocó esta realidad y no otra, por qué a mí, por qué esto. Verónica, de por sí, representa de manera inconsciente muchas realidades chilenas de la mujer contemporánea: la mujer puesta en una burbuja social donde su voz no hace eco, ni como esposa, ni como madre, ni siquiera como mujer.
En el caso de ‘Madame Bovary’, el hecho de que aquí se repita el mismo parangón de la mujer reprimida y encerrada en un receptáculo de rol mujer-esposa-madre, no es casualidad. Ya lo había escrito Flaubert: ‘Un hombre, por lo menos, es libre. Puede pasar por todas las pasiones, recorrer los países, saltar los obstáculos, hincar el diente a los más exóticos placeres. Pero una mujer está continuamente rodeada de trabas. Inerte y flexible al mismo tiempo, tiene en contra suya tanto las molicies de la carne como las ataduras de la ley. Su voluntad, igual que el vuelo de su sombrero sujeto por una cinta, flota a todos los vientos; siempre hay algún anhelo que arrebata y alguna convención que refrena’. El personaje de Emma en la obra del francés, se enamora de otro hombre y así empieza una cadena de acontecimientos que rompen la santa estructura del matrimonio y las apariencias que, aún en esa época del siglo XIX, aún no eran tabúes completamente rotos.
Aquí Verónica, el personaje de Odgers, en su viaje desesperado de querer huir de la infelicidad, se enamora de no sólo uno, sino de dos hombres, de uno más que otro, que sin embargo reflejan el mismo pesar del que su protagonista huye: uno de sus amantes representa todo lo nocivo que ella no quiere, el compromiso excesivo, la lealtad a fuego, ese ‘berrinche’ de sentimentalismo que nadie anhela en una relación pero que se hace presente indiscutiblemente. Y el otro que, fatídicamente, no logra concretarse por el destino, el destino que nos roba lo más preciado y que nos hace valer como nunca. Y nos hace aprender.
Rabia, sociedad, opresión, sexo, hijos, amigas, degradación, frustración, mujeres, hombres, matrimonio, aburrimiento, trabajo, género, roles, perdición, emancipación, amor, odio, esperanza, liberación. En los catálogos del American Film Institute se acostumbraba anunciar una serie de conceptos que se relacionaban directamente con la obra audiovisual o la obra literaria en que se basaba. En el caso de ‘Más silenciosa que mi sombra’, sería una cadena de conceptos similar a las de arriba: todos drásticos, fuertes, listos para explotar, para indagar. Con la mente y los sentidos abiertos. Un gesto noble.
La marcada geografía que empapa el relato (por el origen de su autora), logra ceder aún más veracidad, una verdad carnal que se consolida cuando relata ciertos lugares o venas de la ciudad de Concepción, como si fuese la palma de su mano. Las calles roídas, la citación de los cafés antiguos, el frío, las plazas, el verde, el mar, el aire, son todos elementos urbanos típicos que logran demostrar una fuerza tremenda y que además son la lectura del carácter pedregoso y con ansias de libertad que tiene su protagonista, más aún si un lector que lee la novela es de la región.
Además la vorágine que sufre Verónica realizada muchas veces con sus amigas por las noches, de alguna manera, rompe con el prejuicio de que mujeres maduras vayan a lugares típicos de entretención y juerga, sino que frecuentan bares alternativos de música electrónica y rock e, incluso más atípico aún, discotecas de ambiente gay lésbico, donde se desdibuja el género, la vestimenta, los modismos, el lenguaje y los estereotipos sexuales de cajón, y su protagonista, como en pocos pasajes de la novela, se ve enfrascada en una realidad considerablemente diferente y fascinante, aprendiéndola a valorar por su naturaleza radical y poniendo a juicio su propia realidad, observando con otra lupa el mundo.
‘Tengo un día; si lo sé aprovechar, tengo un tesoro’, decía Gabriela Mistral. Aquí, Odgers constantemente trata de aprovechar los días y las noches, a medida que avanza el relato, cuando comienza a resquebrajarse de su angustioso sitial y pone todo en duda. Todo.


Una novela como ‘Más silenciosa que mi sombra’ nos lleva a despojarnos de un retrato sano y aceptado de relaciones sexuales matrimoniales a la vieja usanza chilena y sentimental, sobretodo en el género femenino. Podemos ver a Calígula, las películas de Ingrid Bergman, de Woody Allen, el programa de la doctora Polo por televisión, pornografía barata, leer poesía violenta o al Marqués de Sade, a la Isabel Allende, a Pía Barros, tener en cuenta las más audaces ramificaciones posibles en el arte y la literatura sobre erotismo y sexualidad, lo más radical posible, pero siempre lo más sanguinario y difícil de digerir será lo que tengamos a metros nuestros y en su estado más sutil y peligroso: la cotidianeidad misma. Y lo doloroso que es tener que vivir una vida marcada por el aburrimiento y el fastidio diario, pero con una gran luz esperanzadora hacia el final, enfrentando los peores miedos: el miedo al qué dirán, himno nacional de nuestro comportamiento criollo, y el miedo a la vergüenza frente a toda una sociedad.
El mismo título de la obra contribuye a enfrentar esos miedos: la sombra de uno(a) jamás nos dejará, pero delata todos nuestros fantasmas que nos persiguen a diario. Y uno, como dueño de esa sombra, aprende a guardar silencio. Más del que debe. Para ver qué espectáculo seguirá.
Una novela como la de Odgers, nos invita (más en particular a las mujeres chilenas contemporáneas de edad media, casadas, heterosexuales, despojadas de todo pasatiempo e incluso de tiempo para ellas mismas) que se miren en un espejo y vean si todo está en orden o no, si todo está como quisieran o no. Es, a mucho atrevimiento, la novela más cruda y sensata sobre la falta de amor en una relación que se supone que ante los ojos de la sociedad y de Dios es íntegra y sacrosanta, que haya leído en mucho tiempo.
‘Más silenciosa que mi sombra’ de Ingrid Odgers hiere el sexo y el amor, pero también los eleva a un estado de desamparo total, de éxtasis que sólo se puede experimentar con la pérdida de un amor y la confusión más turbadora, de no saber si estamos actuando correcta o incorrectamente, si es deleznable, si es corrupto, si es viable, si es posible, si es imaginable que una mujer en la madurez de su vida, pueda tener otra oportunidad de ser feliz, con o sin hijos, con o sin marido. Aunque, en realidad, ¿qué debiera importar tanto considerando el caótico y variopinto estado actual del mundo?


Federico Krampack
Poeta y narrador

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Ser designada miembro del Consultivo Nacional de la Cultura y las Artes de mi país, ha sido un honor, lo más relevante de mi carrera literaria, un reconocimiento a mi labor como creadora y a la intensa gestión cultural que he desarrollado durante largo tiempo. La incorporación de mi obra a la Historia de la Literatura Hispanoamericana de Polonia, ha sido una gran alegría y hoy, el Premio del Fondo de Apoyo a Iniciativas Culturales área Literatura, categoría Novela, que otorga la Ilustre Municipalidad de Concepción, reconoce y respalda mi creación artística-literaria. Estas distinciones han sido un bálsamo para quien ha luchado contra la adversidad y el dolor, que provoca en todo ser humano, la larga y penosa enfermedad del ser que nos da la vida: nuestra madre, es a ella y a mis hijos, a quienes dedico todo éxito y honor recibido como escritora nacida en Concepción de Chile. Creo que debo expresar mi gratitud al Gran Hacedor por permitir en la carencia, soledad e incertidumbre la posibilidad de vivir y crear.

Dedicatoria

A mis hijos Carlos y Pablo, a mis nietos: Carla, Ignacio y Martín

REFLEXIÓN



Comienza la aventura de un sueño
La penumbra familiar aletea sus párpados
No sé lo que es ser poeta
Precisamente es una evidencia lo que me hace escribir poesía
o ¿axioma?
Una marca invisible que a nada me vincula
Una práctica que parte de una sombra
Un destino no elegido
Una lengua que muerde mi inconsciente
O la ausencia pesada insoportable
del límite
del juicio
quizás la certeza de no desear ser víctima
de un acontecimiento que viene del azar
o la ceguera:
La falta de memoria
Quizás Ser poeta
Es luchar contra
ese HORROR.

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Comentario

Recibido
de
Roy Davatoc
Asunto: Escritora Ingrid Odgers
Enviados: 29 diciembre 14:44
Quizá la falta de conocimiento en la tecnología no me alcanza para permitirme dejarle un comentario general a su poesía. Admiro a las personas que dedican su vida a las artes en general. Quiero agradecerle por el hecho de compartir su poesia en este medio. Es para mì una suerte tener conocimiento de su trabajo; loable, para mi.
Muy aparte, me es grato su poesía porque se maneja con un lenguaje fuera de lo coloquin, muy nostálgica y con nueva revolución en poesía. Quiza se acerca a los toques vanguardistas y urbanos.
Es agradable porque se puede aprender de él.
Felicito su poètica, su pasion y su objetivo.

Salud por la poesia, la literatura y el arte en general.